Borja Rodríguez
Gimeno


Bologna, 24 de junio (texto-película)
El texto que se muestra a continuación - que en el fondo lo considero otra pieza más de mi proyecto cinematográfico o, lo que viene siendo lo mismo, una película - lo escribí durante una tarde de verano en la ciudad de Bologna, sentado delante de una pantalla vacía del festival Cinema Ritrovatto. Es una primera aproximación al ejercicio de la escritura practicada en tiempo real, delante de un fénomeno concreto, en un lugar específico. 

Bologna, 24 de junio de 2023,
Seis de la Tarde


Me acabo de sentar en la Plaza Mayor. He venido a visitar la ciudad casi con lo puesto. No he cargado con ninguna cámara ni con ninguna película. En esta ocasión no habrá imágenes proyectadas en la pared. Tendréis que fiaros de mi voz y de mis palabras.

Más de un centenar de sillas, la mayoría ahora vacías, ocupan toda la plaza. Se encuentran divididas en filas, todas colocadas en la misma dirección. Además, se han agrupado en tres secciones, dos en los extremos y una más ancha en el medio. Entre cada una de estas secciones se ha dejado un hueco suficientemente ancho para caminar y transitar el espacio.

Ahora, a media tarde de un caluroso día de verano, la mitad de las sillas están expuestas al sol mientras la otra mitad se resguarda a la sombra. Algunos transeúntes hemos decidido buscar refugio del sol sentándonos en las sillas de la sombra.

Todas las sillas se orientan hacia un rectángulo de tela blanca de dimensiones monumentales que ocupa casi todo el ancho de la plaza. Su aspecto apunta a que es una pantalla de cine. Debido a la hora, las seis y doce de la tarde, y su posición dentro de la plaza se encuentra expuesta por completo a la luz del sol. Es realmente una pantalla gigantesca, sin lugar a dudas la más grande que he visto nunca. Ocupa lo mismo que el edificio de tres plantas que se ubica justo detrás de ella.

“Nada” ocurre en este momento en la pantalla: ningún movimiento, ningún color, ninguna historia, ninguna imagen. Recibe la luz natural de manera uniforme. Es la misma luz que precisamente, hace más o menos un siglo, fue clave para pintores como Giorgio Morandi, quien nació y pasó la mayor parte de su vida aquí en Bologna. Me atrevo a afirmar que en algún momento de su vida, al comienzo de algún verano, Morandi fue testigo de la luz que ahora recibe esta pantalla. Hoy, esta luz nos revela a los espectadores un aspecto que suele quedar oculto detrás de las imágenes proyectadas. El hecho de que estamos, precisamente, ante una pantalla.

Esta pantalla sólo remite a su realidad más elemental: ser un rectángulo de tela blanco colocado aquí, en este lugar, delante de todas estas sillas —convertidas, por su presencia, en butacas— para ser a la vez el receptor y el soporte de las imágenes cinematográficas. Sin ella las imágenes no podrían ser vistas, flotarían en el polvo de la ciudad hasta no desembocar en ninguna superficie que les de un cuerpo.  Parece que estamos, ahora que no es posible proyectar imágenes, en el momento oportuno para escucharla susurrar: existo, soy la pantalla. La brisa de la tarde mueve la tela, confirmando así la autonomía que venimos sospechando hasta ahora acerca de este rectángulo. Nos ayuda a verla por sí misma, a caer en la cuenta de que una pantalla es una pantalla. Son las seis y veinticuatro.

A medida que avanza la tarde la pantalla se mantiene firme ante la luz del sol. Parece muy segura al no contener “nada”. A los espectadores — que en este momento, ignoran por completo su papel como —tampoco parece molestarles esta desocupación.

El vaciamiento de la pantalla, lejos de ser un molesto gesto vanguardista, nos ha liberado esta tarde de la tiranía de las imágenes. De alguna manera, la tela vacía, bañada por este característico sol italiano, nos ha devuelto a la vida. Yo he elegido esbozar estas palabras en mi cuaderno. Otros charlan, comen helado, acarician a su perro o simplemente agradecen la refrescante brisa de la tarde.

Todas ellas son, sin duda, más importantes que cualquier imagen con la que tratemos de rellenar la pantalla. Ella está presente, nos acompaña, nos ayuda, no nos abandona.

Los pájaros vuelan atravesando la plaza. Su sombra se proyecta en nuestra pantalla. El vuelo, la primera película de la tarde.